Kristen Jane Anderson vive a sólo un par de cuadras de los rieles del tren que cambiaron su vida para siempre. Cuando ella mira por la ventana de su casa, puede ver el Ferrocarril Central de Wisconsin, el cual es una línea férrea de carga que también hace transporte interurbano. Kristen no necesita estar muy cerca de la ventana para escuchar el bajo silbido del tren y su constante estruendo.
Aunque parezca mentira, esto no es una molestia para ella. Hoy día, a los 26 años, tiene una actitud firme en cuanto a lo que le ocurrió a los 17 años. El estado de ánimo de Kristen había estado decayendo durante un par de años, y sus padres no sabían qué hacer. Su abuela había muerto, una buena amiga se había suicidado, y además había sufrido las muertes de dos personas más. Había sido violada, y en la escuela algunas compañeras se burlaban de ella. Cuando la tensión se volvió inmanejable, el cuerpo de Kristen tomó la revancha. Comenzó a vomitar todos los días, y a desmoronarse por dentro. Los consejeros la recriminaban amablemente y le daban antidepresivos que la ayudaban poco. Sus padres la llevaban de vacaciones, y le apretaban las riendas a su hija rebelde. Aún así, la infelicidad de su vida diaria la presionaba tanto, que quedó destrozada anímicamente. Dos días después del día de Año Nuevo, fue a dar un paseo por el parque cerca de su casa, y decidió no regresar. Se sentó en un columpio durante más o menos una hora, pensando si debía seguir viviendo, o morir. Finalmente, llegó a la conclusión de que nada podría quitarle su sufrimiento. Fue el sonido de un tren que se aproximaba lo que la impulsó a tomar acción. Sin pensarlo mucho, fue a los rieles, se acostó sobre ellos —boca abajo, con los puños apretados y los ojos cerrados— y esperó el final.
Cincuenta y cinco vagones de carga pasaron por encima de su cuerpo. De acuerdo con las leyes de la física, ella debía de haber sido aspirada por el tren y pegada a su estructura de acero, pero recuerda claramente que una gran fuerza la hundió en el terreno, mientras escuchaba la música de “Gracia Admirable” resonando en sus oídos, un indicio seguro de que estaba en el cielo, pensó. Pero cuando el tren ya había pasado, se sentó, aturdida, y miró sus piernas que estaban a unos diez pies de distancia. Los relucientes zapatos blancos que le habían regalado en la Navidad confirmaban que eran las suyas. Incapaz de procesar la información que veían sus ojos, Kristen extendió su mano hasta donde habían estado sus piernas, y la retiró ensangrentada. Fue entonces cuando un dolor inimaginable pasó rápidamente por su cuerpo. Consciente de la terrible realidad de sus circunstancias, comenzó a llorar, llamando a su madre como una bebé.
Pero su madre no la oyó. Había salido a buscar a Kristen cuando se hizo tarde. Hubo un gran alboroto de patrullas de policía y de personas yendo a los rieles del tren y diciendo que alguien había tratado de suicidarse. Luchando por sacarse de la mente su corazonada, le habló a un oficial de su hija desaparecida. Cuando él le dio una descripción de la víctima, se dirigió al hospital. Aunque Kristen había perdido casi cuatro litros de sangre, se mantuvo consciente hasta que un médico la sedó para hacerle la primera de varias cirugías. Ella recuerda la cara de un bombero mirándola a los ojos, y apartándole el cabello de la frente. Recuerda la ambulancia, la habitación del hospital, las miradas de las personas —y particularmente la de su madre. También permanecen en su mente fragmentos de las conversaciones con los médicos y los visitantes.
—Estoy tan contenta de que te hayamos encontrado, corazón. —Pero me cortaron toda mi ropa nueva, mamá.
—Está bien, querida. Te compraremos más.
—¿Voy a vivir?
—Es posible; eso lo sabremos pronto.
—Ya no tengo mis piernas.
—No necesitas tus piernas.
Estará bien sin ellas. Los tres años siguientes fueron muy difíciles para Kristen. Al principio, no podía aceptar el hecho de que había tratado de suicidarse. Sus amigos y su familia le dieron su apoyo, y le proporcionaron todo lo que pudieron para hacerle la vida “normal” de nuevo. Durante su primera salida a la iglesia, una mujer que nunca había conocido se le acercó y le dijo: “Fue bueno que no hayas muerto. De haber sido así, habrías ido al infierno”.
Quizás fue el efecto de la sacudida, o tal vez porque su trauma había sido muy grande para sentirse ofendida, pero Kristen decidió dejar que esas palabras provocaran una búsqueda dentro de ella. Sabía que, en buena lógica, debía de haber muerto, y comenzó a pensar en serio en lo que habría pasado de haber sido así. Un afable seminarista la ayudó a guiarla a respuestas que parecían ciertas. Le dijo que ella había sido creada por Dios para pasar la eternidad con Él —todos hemos sido creados con ese fin—, pero que el pecado la había separado del Creador, y fue por eso que Jesús murió por ella. Le explicó que Cristo murió por todos y cada uno de nosotros. Él pagó el castigo por nuestros pecados, para que pudiéramos ser perdonados. Pero tenemos que decidir aceptar su regalo incalculable. Kristen dice que ella sabía que algo muy importante estaba faltando en su vida, y que si aceptaba el sacrificio de Cristo por ella, muchas cosas cambiarían.
Se sentó en el piso del comedor de sus padres esa noche, quebrantada y humillada, y dijo una oración sencilla. Le dijo a Dios que entendía que no tenía el derecho de quitarse la vida, y le pidió que entrara a su corazón. Por primera vez sintió perdón verdadero. Se sintió libre. Eso ocurrió tres meses después de perder las piernas, y aunque Kristen seguía luchando con los pensamientos de suicidio y la depresión, se acercaba más y más a Dios cada día. Su recuperación se produjo con años de terapia, un día a la vez, un paso a la vez, un problema a la vez hasta que, cinco años más tarde, rompió su silencio y empezó a hablar sinceramente de su vida. Escaló esa montaña, y mil más, a medida que aprendía a caminar espiritualmente.
Cuando Dios le pidió que dependiera de Él más que de sus amigos y de los médicos, lo hizo. Cuando Él le extendió una invitación de amistad, ella aceptó. Y cuando Él la condujo hacia la universidad y el ministerio, ella siguió con entusiasmo esos caminos. Kristen dice que no necesita más sus piernas; a ella no le falta nada a pesar de haberlas perdido. “Estar en una silla de ruedas, sinceramente no me molesta. He aprendido a vivir sin ellas, y mi vida es mucho mejor”, dice. Al comienzo, su mayor temor era lo que podrían pensar otras personas. De eso, y de cómo se las arreglaría sin sus piernas. “Yo puedo ir de un lado a otro en mi silla de ruedas”, dice. “Dios me ha enseñado mucho en ella, mucho sobre la vida y sobre mí. Cuando perdí mis piernas, encontré mi valor en Él. Me ha mostrado lo especial que soy, lo hermosa que soy, y cuán diferente me ve Él a mí de lo que yo me veo a mí misma. No necesito mis piernas, porque ellas no me hacen quien soy”. Kristen dice que Dios usó su dolor para llevarla adonde está ahora. “¿Cómo no voy a estar feliz con el cambio que ha traído a mi vida?” Hoy, casi diez años después de su intento de suicidio, Kristen dedica su tiempo a ayudar a otros que se encuentran en la situación en que ella estuvo una vez.
Las estadísticas nos dicen que el 18 por ciento de los adolescentes piensan seriamente en el suicidio, o lo intentan. Y los números no son mejores en los hogares cristianos. Como egresada del Instituto Bíblico Moody, Kristen fundó Reaching You Ministries (Ministerio de Alcance a las Personas), para ayudar a quienes luchan con la depresión y el suicidio. “No quiero esperar hasta que las personas piensen en suicidarse; quiero ayudarlas ahora mismo antes de que lleguen a ese punto, mientras luchan con el desánimo y la depresión”.
Aunque ella no puede caminar, Kristen ha viajado por todo el país, contando su historia y ministrando a otros. Ha aparecido en el Show de Oprah Winfrey y en Larry King Live; publicó una autobiografía; y ha sido objeto de crónicas especiales en numerosos medios de comunicación en todo Estados Unidos. Su gozo es radiante y contagioso. Todavía no ha cumplido 30 años, pero el conocimiento que Kristen comparte con otros tiene un peso de autoridad.
Descendió hasta el fondo de lo más sombrío de la vida, y ha surgido con poder y propósito. Ha permitido que Dios transforme su vida por completo. Es extraño que la profundidad de la soledad haya traído a Kristen tanto renombre.
Pero su vida sigue siendo sencilla y espontánea. Cuando las luces y las cámaras no están, Kristen y su novio se toman de la mano para dar un paseo por el parque bajo el resplandor de una puesta de sol.
Escrito por Tonya Stoman para In Touch ministries
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Es una historia bn impactante
ResponderEliminarde veras q Dios hace cosas grandes
en medio de cada tormenta y dificultad que vea en nuestras vidas. Mi Dios esta pasao
muy Buen testimonio, muy impactante, interesante y de Bendicion.
ResponderEliminarDios los Bendiga.
Saludos desde Krizantoz